Época: Año mil
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.


(C) Isidro G. Bango Torviso



Comentario

La carismática cifra del año mil, que culmina la décima centuria, no supuso para los europeos de la época los terribles horrores que los textos milenaristas habían descrito para los albores del fatídico año.Una vieja herejía, basándose en el texto apocalíptico de San Juan, había vaticinado que las horribles plagas anunciadoras del fin del mundo se producirían cuando la humanidad cumpliese su primer milenio desde la venida del Mesías. Hacia 1040, un historiador, el monje Raúl Glaber, nos ofrece este panorama de Europa en el tránsito de un milenio a otro en el siguiente pasaje de sus célebres Historias:"Transcurrido el año milésimo y cerca de tres más, aconteció en casi todo el universo mundo, pero especialmente en Italia y las Galias, renovarse las basílicas eclesiásticas; pues aunque muchas decorosamente acomodadas, no lo necesitasen, sin embargo, cada comunidad cristiana rivalizaba en mejorar la suya con respecto a las otras. Era como si el mundo, sacudiéndose a sí mismo y despojado de vejeces, se impusiera la vestidura blanca de sus iglesias: catedrales, monasterios y ermitas trocaron por otras mejores los fieles".Si al apocalíptico anuncio herético unimos esta visión beatífica de una humanidad agradecida después del milenio, parece lógica la suposición de la historiografía decimonónica que contemplaba una humanidad atormentada por la desesperanza ante el inexorable advenimiento del fin. También se ha dicho, y dadas las circunstancias sociales referidas es creíble que, desde el punto de vista de la cultura material, nos encontremos con un período de crisis. Por todas estas circunstancias, es bastante habitual leer en la historiografía calificaciones tan negativas como las siguientes: siglo de hierro, período de tinieblas o edad oscura.No tenemos ninguna constancia de que las viejas tesis milenaristas de Cerinto hayan tenido el más mínimo eco popular entre la sociedad del siglo X; a lo largo de la Alta Edad Media, de manera muy excepcional y en ambientes intelectuales muy minoritarios, existen algunas referencias a este tema. Ahora bien, sin que se pueda atribuir al apocalipsis milenarista, muerte, desolación y ruina se adueñaron de grandes zonas del territorio europeo. En este sentido, de lo que tendríamos que hablar es de terrores personificados y concretos en el tiempo y en el espacio: normandos, daneses, húngaros y eslavos septentrionales y sarracenos.La decadencia del Imperio carolingio, tras la muerte de Carlos el Calvo, supuso un duro golpe a la seguridad colectiva, por todas partes las fronteras que habían contenido a los bárbaros se rompieron. Desde mediados del IX, los normandos remontan los ríos asolando el mundo carolingio; sólo, cuando se fijen en determinadas tierras en el 911, cesará el horror normando. De Europa central surgirá el peligro húngaro; a finales del IX, sus incursiones destruyen las marcas carolingias; su peligro será sofocado por Otón I en el Lechfeld (955). Los daneses arrasan Inglaterra hasta que su jefe Guthrum firma la paz con el rey Alfredo (886), más de un siglo tardará el país en recuperarse de la invasión. Los eslavos fueron el azote de los territorios cristianos orientales hasta que el polaco Mieszko se convirtió en 966. El peligro sarraceno atemorizaba Europa desde sus posiciones en España y el Sur de Italia. Los reinos hispanos sufrieron, durante la segunda mitad del X, las razzias devastadoras de Al-Mansur, que sistemáticamente destruían las principales ciudades cristianas, de las que sólo se libraron con su muerte en 1002. Desde el establecimiento sarraceno en Sicilia en el IX, Roma fue expugnada en 846, la Italia meridional asolada reiteradas veces entre el 917 y 926.Sin embargo, la décima centuria, que conoció el horror de la muerte, la infertilidad de la falta de creatividad, y la miseria por las carencias más elementales, también representó la aurora de un mundo nuevo. Como se ha llegado a decir por algún historiador, la oscuridad de esta centuria es comparable a la del feto en el seno materno, en ella se está gestando una nueva vida. Sin duda alguna esta centuria será el crisol donde se forje una revolución tan trascendente como la del románico. En cierta manera, los pueblos invasores -normandos, húngaros y eslavos-, con su cristianización, se convirtieron en el aporte de sangre nueva de pueblos jóvenes y vigorosos que, además, produjeron un sustancial aumento de la demografía.A este panorama de destrucción y muerte, le sucederá una etapa de recuperación que ha sido descrita muy bien en estas palabras de Grodecki: "El esfuerzo principal de los edificadores del siglo que encuadra el año 1000 será el de reconstruir las ciudades arruinadas, el de volver a levantar los santuarios devastados. En el campo, se procura repoblar las aldeas, volver a poner en explotación las tierras yermas, talar los bosques". Esta labor restauradora se fundamenta en la estabilidad centralizadora de nuevas monarquías que van desde la restauración imperial con Otón I el Grande, coronado emperador en Roma (962), al establecimiento de los Capetos en Francia (987), pasando por la consolidación y expansión de los territorios de los reinos cristianos de la Península Ibérica. A esta vertebración de unos Estados gobernados por una estable cabeza rectora -estabilidad garantizada por la continuidad de una estirpe real-, habría que añadir dos factores fundamentales en la recuperación económica: una aristocracia feudal que favorece el fraccionamiento de la propiedad y la difusión de los monasterios, factores fundamentales en la recuperación económica.A mediados del X, la fundación, dotación o restauración de monasterios se puso de moda otra vez entre la aristocracia y los obispos de la Europa occidental. La actividad de las fundaciones de Cluny y Gorze se extiende por toda Europa propiciando reformas monásticas y litúrgicas, favoreciendo la creación de centros económicos, basados en importantes dominios agrícolas, que permitirán un desarrollo de la construcción y de todas las artes en general.La creación artística en los reinos cristianos de este siglo, al surgir de la restauración de las ruinas del inmediato pasado, mantendrá una absoluta dependencia de formas y técnicas con él. En toda la geografía de los reinos hispánicos surgirá un nuevo renacimiento de su cultura tradicional; será el canto del cisne antes de desaparecer suplantada por el románico. Del Imperio carolingio veremos aparecer dos tendencias creadoras que, al tener un origen común, mostrarán grandes afinidades, a veces y en algunos aspectos imposibles de diferenciar: el románico y el arte de los otónidas. El Sacro Imperio Germánico de los otones exigía la creación de una cultura material obligadamente subsidiaria de lo carolingio, que, después de un período de esplendoroso renacimiento, se prolongará en tierras renanas bajo formas ciertamente estereotipadas hasta que sean sustituidas por las del pleno románico. El primer románico, fundamentado en las realizaciones carolingias, iniciará un proceso de experimentación sobre ellas que terminará en la creación de un estilo que las vías de comunicación se encargarán de convertir en el lenguaje plástico único de todos los reinos cristianos europeos.